THE PERIDOCTUS
Capítulo 2

PERIDOT Y HUMANO APRENDEN MAGIA

El Morado y el humano se volvieron más cercanos a cada hora, día y noche que pasaba. Pasada una semana, Kee era visiblemente mayor y más grande. “Pronto me podrá ayudar con las tareas más pesadas”, pensó el humano. Hasta entonces, el humano se lo puso encima para explorar más allá de los límites de su pequeño escondrijo en el bosque. La comida escaseaba, por eso el humano decidió abandonar el lugar, de momento, en busca de fecundos pastos.

El humano se fue y dejó a Kee para que se defendiera solo. Rápidamente se aburrió. No tenía a nadie con quien jugar. Las ardillas se habían ido a otros árboles del bosque. Los colibríes no tenían flores de las que alimentarse. El Morado dio unas vueltas por el aire, pero se detuvo frunciendo el ceño, ya que marearse y estar solo no era tan divertido como parecía.

Impaciente, Kee decidió emprender el mismo camino por el que el humano se fue, aunque no recordaba si se había dirigido hacia el norte, el sur, el este o el oeste. Kee eligió una dirección al azar (que resultó ser el este) y caminó por una senda polvorienta y pedregosa.

A medida que se acercaba la noche, el Morado se fue asustando e inquietando. Se había perdido en una parte del bosque que no le sonaba de nada. Nunca antes había estado solo en la oscuridad. Bueno, nunca había estado solo de ninguna de las maneras. La idea de volver no resultaba menos amedrentadora, porque la oscuridad cubría el camino por el que había venido. Sin voz, no podía pedir ayuda. Se encontró un gran roble y se acurrucó alrededor de su tronco, temblando en la oscuridad de la noche que estaba a punto de caer.

Tenía hambre y frío, y se preguntaba si sobreviviría a la noche y cómo podía hacerlo. El miedo de repente fue disminuyendo y la pesadez se apoderó de él. El Morado tenía sueño, pero no estaba tan agotado como para descansar. Cada movimiento, por sencillo que fuera, le llevaba el doble de tiempo completarlo. Luego, tres veces más. Después, cuatro veces más…

Justo cuando Kee estaba a punto de tirar la toalla, una voz le llamó desde lejos. Empezaba a amanecer y las primeras luces trazaban un camino desde los confines del bosque hasta el roble. El humano lo siguió hasta llegar al Morado, que se había acurrucado contra los surcos serpenteantes de la corteza del árbol. Abrazó con ternura a su amigo, lo arrulló con suaves melodías y lo meció hasta que el Morado se sintió seguro y protegido.

Mientras el Peridot miraba con ternura al humano, la pesadez le lastraba todavía mucho. El humano le ofreció algas y remolacha espinosa que había recogido en su camino, pero Kee no quería comer. El humano le acarició la barriguita y, aunque sonrió y comió algunas bayas, el Peridot parecía falto de interés y apático.

El humano acercó a Kee contra su pecho y se apresuró a llegar al campamento, donde cuidó al Peridot día y noche. Le dio de comer todo lo que quería, le acarició la cabeza entre bocado y bocado, y nunca más lo abandonó. Un compañero de por vida, eso fue lo que vio el Morado en el humano. Un compañero, un cuidador, un guardián. Un amigo.

Una mañana, unos sonidos apagados sacaron al humano de su letargo. En guardia, se preparó para la aparición de un lobo, un oso o cualquier otra bestia de entre la maleza. Pero solo era Kee, valiente y lleno de vitalidad, que volvía a rebosar felicidad. Llevaba en la mano una cebolleta que le ofreció a su amigo. El humano no se atrevió a comérsela toda, porque su amigo Peridot probablemente tuviera tanta hambre como él. El humano la partió y le dio una de las mitades a su amigo y él se comió la otra.

El amargor de la cebolleta le hizo saltar las lágrimas, pero tuvo que asegurarle al Morado que eran lágrimas de alegría… y de partir la cebolla también.

Nota de quien mueve la pluma:

Ni el Peridot ni su amigo humano podían saber por qué el Morado reaccionó de la forma en que lo hizo. Pero otros Peridots, con el tiempo, en las situaciones más peculiares, también se sienten apáticos. La causa más habitual, como se descubrió, es el descuido de un Peridot por parte de su amigo humano. Dejar de cuidar a un Peridot es lo mismo que enviarlo por la senda de la apatía, con consecuencias peores si el humano lo abandona por completo.

Como ya predijeron los antiguos Peridot de la era Tirónica (hacia el 700 a. c.), hay que conservar la fantasía en abundancia, porque los Peridots no pueden reproducir ni diversificar la especie sin ella. La fantasía es una misteriosa fuerza mágica que mantiene el equilibrio del mundo de los Peridot. Aporta felicidad al mundo y a las que personas que lo habitan. Desaparece durante tiempos complicados de gran descuido humano, y vuelve a aparecer cuando el mundo se recupera de sus grandes problemas. Los grandes pensadores creen que la fantasía es un espíritu colectivo que los humanos emanan. Cuanto más generosos sean con los demás —ya sea con otros humanos u otras especies— más rápido progresarán como especie.

Este espíritu colectivo también se conoce por producir los efectos opuestos. Si los humanos dejan de cuidar a sus Peridots por completo, con el tiempo, ¡las especies de Peridot entran en una hibernación masiva que podría perdurar durante siglos! Son tan sensibles estas criaturas. Tenemos que cuidar de ellas con prudencia.

La fantasía, querido lector, me esquiva mientras escribo esto. No sé si los antiguos Peridots tienen razón o no. Pero mi conocimiento metafísico es tan limitado como el físico. A partir de ahora, la ciencia no es capaz de explicar qué es la fantasía, pero creo en ella igualmente. Al igual que creo en los Peridots. Su presencia me confunde, pero encuentro gran deleite en lo que no soy capaz de explicar. Dejaré que los misterios sigan siéndolo. Mi felicidad no conoce límites en lo que respecta a estas criaturas.

–FDS

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